LA REPÚBLICA DE CIEZA

Blog perteneciente al escritor ciezano Joaquín Gómez Carillo, escritor de Cieza (Murcia) y autor de "RELATOS VULGARES" (2004) y "EN UN LUGAR DE LA MEMORIA" (2006). "La República de Cieza" es un proyecto de artículos de opinión, no sujetos a disciplina política alguna, la mayoría de ellos publicados en el periódico El Mirador de Cieza.

viernes, 19 de octubre de 2007

* Yo no me llamo José Luis

La lástima, o lo bueno, según como se mire, es que a ese programa de la televisión pública, con trazas de reality show, llevan a personas corrientes, de la calle, como ustedes y como yo, y claro, les cogen los políticos, con su palabrería para hacer lo blanco negro y para irse por los cerros de Úbeda y responder lo que les da la gana, y les burrean en lo que ellos quieren. Aunque, ¡ay!, una cosa es vencer y otra es convencer.
De los tres individuos del martes por la noche, el más “directo” en sus expresiones, rayando incluso en lo chulesco y en lo insolente, me pareció el tipo ese regordete del bigote que dice que no es español, aunque todos sabemos que oculta un carné de identidad y un pasaporte con la nacionalidad española, entre otras cosas porque le va muy bien; y que a mí, se lo juro, me importa un bledo que no se llame José Luis, yo tampoco.
Para ser justos, no me pareció de recibo el que una señora del público dijera, con indisimulado despecho anticatalanista, que no tenía ningún interés en aprender catalán. Yo tampoco tengo ningún interés en aprender catalán, ni vascuence, ni gallego, ni bable, ni caló (por ahora, pues nunca se ha de decir de esta agua no beberé), pero eso no lo diría nunca como arma arrojadiza, como desprecio a otra persona. Treinta y cinco millones de españoles no tenemos ningún interés en aprender catalán porque no lo necesitamos, no es por otra cosa.
El otro hombre de Convergencia, dolidos como están en su formación política por la puñalada trapera de haber sido relegados a la oposición en Cataluña, se expresó impecablemente bien. Con gente así da gusto tratar, no me extraña que huela a ministro. Una salvedad en su moderación fue la contundencia con que se encaró a la mora, perdón, a la señora árabe, con pinta de integrismo religioso, que en su país no se hubiera atrevido ni a mirar a la cara al Mojamé que tiene a su pueblo sumido en la pobreza y aquí, segura y altanera, exige todos los derechos (me parece muy bien) e intenta imponernos el trágala de su atrasada cultura (me parece muy mal). Mire usted señora, velos por coranes, vale, pero velos por cojones, pues como que no.
¡Qué salida de tono tuvo el primero, el que iba sin afeitar!, cuando se refirió al “partido de la guerra”. ¿Partido de la guerra?, ¿qué partido de la guerra, señor? Aquí no hay ningún partido de la guerra. ¿Se refiere usted al partido de aquel líder, que, endiosado de tanto poner los pies sobre la mesa con el genares ese de USA, y en el ejercicio de sus funciones, cuando a la sazón era presidente del gobierno, dio el visto bueno para que se derrocase al dictador Sadam Husein, gocedios, por las bravas?
De vergüenza ajena, sin embargo, fueron los apuros que pasó éste mismo cuando un señor mayor del público, muy bien educado, le hincó una puya con el tema de los buenos sueldos y de las mejores pensiones que los políticos, sin el menor rubor, se adjudican ellos mismos por el rostro. ¿O es que no clama al cielo el que todos los presidentes de gobierno, cuando cesan (y algunos bien jóvenes y completamente forrados en diversos negocios), siguen cobrando el sueldo íntegro hasta que se mueren? ¡Hombre, ya está bien de trincar dinero público a calzón quitao! Con razón no tienen ni idea de lo que es vivir con economías familiares submileuristas. ¡Como ellos tiran con pólvora de rey!

miércoles, 9 de mayo de 2007

* Agua para todo

¿Han visto qué primavera de lluvias llevamos desde Semana Santa para acá? Esto es una bendición para los campos, para los montes y para todo. A ver si se llenaran los pantanos y se recargaran los acuíferos, y no hubiera que mendigar el agua a los que prefieren que se pierda en el mar. A ver si lloviese tanto que salieran helechos en la Atalaya. Es verdad que este año se deslucieron algunas procesiones y tuvieron incluso que correr con algún trono, políticos incluidos, pero qué se le va a hacer, los Santos no mandan más que Dios y el agua venía del cielo. Es más, a lo mejor esto es una lección de generosidad para muchas personas que de un tiempo acá se posicionan contra el sentido común de llevar el agua de donde sobra a donde falta.

Al respecto, me decía un amigo mío de la izquierda nostálgica de las banderas aconstitucionales del antiguo (y malogrado) régimen republicano, que tenemos que resignarnos, que Murcia por naturaleza es zona desértica, o desertizable; así que nada de crear explotaciones agrícolas, ni pensar en urbanizaciones que potencien el sector terciario. Nada de trasvases de otras cuencas y traer agua como sinónimo de riqueza para este suelo generoso que da ciento por uno. Que como mucho vayamos pensando en cultivar dátiles y vivir en jaimas. Y me lo decía, ¡lo qué son las cosas!, mientras el Ebro se desbordaba y arrojaba al mar hectómetros y hectómetros de caudal, con los que podríamos regar aquí durante años.

En tiempos había un político que mentía con gracia, no como ahora, que son unos sosos hasta para mentir en campaña. Aquél, me acuerdo que venía a la plaza de toros de Murcia a recolectar el voto sediento de la agricultura y, con un gracejo andaluz que daba gloria oírlo, decía: “¡mursianos, os vamo a traé el agua!, ¿no veis como hemos traído el gas d’Argelia?” (lo del gas lo decía el hombre para los incrédulos sobre los adelantos en conducciones y tuberías, porque con fe y tecnología el agua podía venir de cualquier parte, del lago Chad incluso, pues no se puede decir nunca de esta agua no beberé). Y la plaza de toros, hasta la bandera de banderitas que habían llevado en autobuses de todos los pueblos, vibraba de emoción. Luego, como es natural pasaban los cuatro años y llegaba el tiempo de la siguiente recolección del sufragio. Entonces venía de nuevo a Murcia dicho político tan gracioso (llamado “x” por aquel califa cordobés que, en su filosofía moruna del agua, comparaba los dos grandes partidos con las dos orillas de un mismo río, ¡qué barbaridad!) y, como si los murcianos fuésemos todos amnésicos o más tontos que el faldón de atrás, “pro-metía” de nuevo en la plaza de toros, hasta la bandera de banderitas: “¡mursianos, os vamo a traé el agua!, ¿no veis como hemos traído el gas d’Argelia?” Y una multitud enardecida, quizá amnésica, quizá a piñón fijo de la ideología o quizá encariñada, por qué no, de aquel líder carismático que sabía mentir con aquella gracia andaluza que Dios le había dado, aplaudía a rabiar. Y así pasaba el tiempo; pues de mentiras (políticas), como de ilusiones, también vive el pueblo.

Pero cambiaron los tiempos (“ni gobierno que perdure, ni mal que cien años dure”), y lo que a continuación ha ocurrido en el último decenio ya lo saben ustedes de sobra: como la Tarara, que unos decían que sí y otros decían que no. (Pura anécdota: hasta hace sólo tres años, el lema no discriminatorio, aunque hoy anatematizado por toda una vertiente ideológica, de “agua para todos” tenía validez en las dos orillas del mismo río, que dijera aquél). Es más, el otro día, viendo el panorama in crescendo del arma arrojadiza del agua en la política murciana, otro amigo mío, de la izquierda menos nostálgica, me comentaba estos días atrás, en un vaticinio pesimista, que la derecha (en algunos casos aún nostálgica del águila, que no la de San Juan), lo tiene chupao en las próximas al Parlamento Regional, pues “a los agricultores, decía éste con pesimismo, no hay quien les haga entrar en razón.” ¡Ah, digo yo, la razón de la sinrazón, cuando a mi razón no se hace…!

Sin embargo, de una forma o de otra, nunca es mal año por agua, buena para todo.

viernes, 4 de mayo de 2007

* Por una Cieza limpia



Educar, concienciar y limpiar. Lo voy a decir otra vez: educar, concienciar y limpiar. ¿Es que no hay forma de que Cieza deje de ser un pueblo sucio en comparación con otros de nuestra Región? ¿Es que es tan difícil mantener un pueblo limpio? ¿Es tan complicado que a la gente le entre en su cabeza que no hay que tirar porquería en la vía pública? Volvemos a lo mismo: no basta con tener un ejército de barrenderos, aunque en otros pueblos los he visto a cualquier hora del día y en cualquier día de la semana. Pero aún así no basta si la gente es completamente desaseada (por decir una palabra fina).

Llevo veinte años, qué digo veinte, toda mi vida, viendo y viviendo una Cieza sucia: antes los cagajones de las bestias y las cacarrutas de las cabras, cuando estaba medio pueblo sin asfaltar; y ahora lo zurullos de los perros; las manchas de los chicles tirados sobre los enlosados de plazas y aceras; las cáscaras de las pipas que la gente come por todas partes y escupe como los hámster; las colillas; los papeles y bolsas de toda clase; los desperdicios de las mesas de algunas terrazas céntricas; los residuos de basura esturreados por el suelo en muchos puntos de recogida, con sus manchurrones correspondientes en el pavimento; los chorretes de helado o de bebida, y hasta las vomiteras (disculpen la crudeza, pero es lo que hay).

Miren lo que les digo: la gente está tan desconcienciada sobre este asunto que ha llegado a pensar que esto es la normalidad (quizá necesitaría ver otros pueblos para que se le abrieran los ojos). Les cuento: Semana Santa, Esquina del Convento, señora con niño de la mano saca el último cigarro y tira el paquete al suelo como lo más normal del mundo, le llamo la atención: “señora se la ha caído”, responde: “lo he tirao, está vacío”, y me mira como a un bicho raro. Otra: tarde de verano, bancos bajo la pérgola de la Esquina del Convento, pareja con perrazo, sacan un bote de potingue pringoso para perros y se lo vacían al can sobre el granito del suelo para que se lo coma a lengüetazos, le llamo la atención, ellos, mirándome como a alguien que no está bien de la olla, intentan recoger el potingue con un papel empringando mucho más las losas de granito.

Me desalienta (no les cuento cómo amaneció este lunes pasado la recientemente pavimentada Calle San Sebastián). Me causa vergüenza ajena la desidia y el poco respeto que la gente tiene con lo público.

Anecdótico: paseo por la Calle Mayor de Cartagena hace tres domingos a las dos de la tarde (mi amigo Antonio Moya no me dejará mentir), las mesas de los bares y cafeterías están a rebosar de gente, un empleado de la limpieza municipal se afana mirando y remirando por si encuentra algo que echar a su recogedor, al final parece que ha localizado una colilla, el hombre avanza por entre las mesas y, con la punta de su escoba logra sacar de un rinconcito la cosa tirada o caída, que al final no es colilla, sino que parece una esquinita de papel de una servilleta.

Ya saben, nunca se debe decir al médico lo que tiene que hacer. Los poderes públicos saben su cometido. Educar, concienciar y limpiar, por ese orden, si no, no llegaremos a ningún sitio; de lo contrario no sacaremos los pies de las aguaderas nunca. Aquellos hijos a los cuales sus padres no supieron educar en este sentido, se han hecho hombres y mujeres y son ahora padres de otros hijos a los que ellos son incapaces de transmitir ciertos valores. Alguien tendrá que romper la cadena. Los poderes públicos, como el médico, sabrán lo que tienen que hacer. Los resortes están ahí, sólo hay que saber tocarlos. Los medios están ahí, basta con utilizarlos. Primero educar para enseñar a quienes ignoran aquello que está bien y aquello que está mal; después concienciar para que nos sintamos orgullosos de pasear y de habitar en una Cieza aseada; y por supuesto limpiar sin demora, para inculcar y hacer ver a quienes ensucian que ése no es el hábitat urbano que queremos, ni que nos merecemos los ciezanos.

miércoles, 20 de diciembre de 2006

* Presentación de la novela "En un lugar de la memoria"



Se presenta en Cieza el libro “En un lugar de la memoria”, del escritor Joaquín Gómez Carrillo. En el acto, que tiene lugar en el Aula Cultural de la Fundación Cajamurcia, el día 19 de diciembre de 2006, intervienen: Joaquín Salmerón Juan, como Presidente del Centro de Estudios Históricos Fray Pasqual Salmerón, entidad que colabora en el patrocinio de la edición; Juan Ortín García, doctor en Antropología y Catedrático de Sociología de la Empresa de la Universidad de Murcia; y el propio autor de la novela.
El libro, escrito con una prosa sencilla, describe, entorno a un eje argumental bien dosificado, una serie de personajes de la época de primeros de los sesenta, en un ambiente rural. Esto da pie a que aparezca en sus páginas todo un acervo cultural referido a aquellos modos de vivir, donde aún existían oficios, costumbres, creencias y formas de entender la vida que hoy en día han desaparecido.
En la novela “En un lugar de la memoria”, estructurada en capítulos cortos que invitan a continuar leyendo hasta el final, se encuentran hábilmente mezclados los ingredientes naturales de la vida, como son: humor, ironía, amistada, honradez o tragedia; o también: ternura, amor, fidelidad, pasión, deslealtad o ira. Por otra parte, el uso de los tiempos gramaticales y la manera en que el narrador permite que los personajes se expresen con su propio lenguaje vulgar, confieren a la narración un ritmo confiado y un acercamiento que logran intimar con el lector.
El escritor, en su intervención al presentar el libro, tras los debidos agradecimientos, ofrece a un público atento que llena la sala, una disertación sobre diversos aspectos de la vida rural de principios de los sesenta en Cieza, donde el lector quizá intuya el desarrollo de los hechos (mitad inventados, mitad inspirados en la lejana realidad) que se hilvanan en la trama del relato.

“El arranque de la década de 1960 –comienza su discurso Joaquín Gómez Carrillo– fue un tiempo en el cual se avecinaban importantes cambios sociales para España, pero que todavía conservaba la rémora de las viejas costumbres. Fue éste un momento histórico para el país, a mitad de camino entre el abandono por fin de las cartillas de racionamiento, cuyo endemismo social se había extendido en España hasta 1952, y la llegada de los americanos a la Luna en 1969, como logro de la mayor aventura científica de la humanidad.”
“El principio de los sesenta, no obstante, fue el momento en que la economía nacional, influida por diferentes factores, pasó de la autarquía y la pobreza a lo que se conoce en los libros de historia como el ‘despegue económico’, que por otra parte propició el éxodo rural y la emigración masiva hacia los países europeos.”
“En ese tiempo era ya inminente la llegada del maquinismo a la agricultura, pero aún, en muchos lugares, había que segar la mies a mano y golpes de hoz; había que acarrearla luego a la era, había que trillarla en la parva con trillos de pedernales y había que aventarla con horcas para separar la paja del grano.”
“Se iba introduciendo poco a poco el uso del tractor en el cultivo de la tierra, pero todavía se araba con yuntas de mulas y se tiraba a puñados la semilla en la sementera.”
“Estaba próxima la implantación de una seguridad social, pero aún eran necesarias las igualas con los médicos, y los trabajadores de los campos, incluidos los que poseían familia a su cargo, estaban totalmente desprotegidos y sin derecho a prestación alguna ante accidentes laborales o enfermedades.”
“Se hacían avances en el sistema educativo, en el que una ley venidera iba a establecer la escolarización hasta los 14 años, pero al comienzo de los sesenta, un tercio de la población española permanecía analfabeta y los hijos menores de edad (de ambos sexos) de las familias campesinas, tras su paso fugaz por escuelas rurales para pobres (y a veces ni eso), donde compaginaban escolaridad y trabajo a la vez, eran normalmente utilizados como mano de obra gratis en las faenas del campo.”
“Los vehículos a motor iban a revolucionar muy pronto los transportes y los medios para desplazarse las personas de un lugar a otro, pero aún entonces se hacía uso normal de la bestia de carga y del carro tirado por la reata de mulas.”
“Las fibras de importación habían entrado en competencia con la tradicional industria espartera de Cieza, pero todavía, cuando salía la romana, cientos de esparteros, necesitados de ganar el pan para los suyos, se desplazaban a los montes, palillo en mano, y tomaban bucha en los atochares de la Sierra de la Cabeza, del Picarcho, de Benís, de la Carrasquilla, del Almorchón, de la Herrada, del Malojo o del Madroñal; arrancaban pesados haces de esparto y después los llevaban a cuestas, a traviesaloma y a cruzabarranco, hasta las tendidas, donde se los pesaban y se los pagaban a miseria por kilo.”
“Se avecinaban cambios en las economías domésticas, pero muchas casas de los campos todavía funcionaban como unidades autosuficientes (aunque bien es verdad que las necesidades eran entonces muy pocas: prácticamente se vivía con nada); y para obtener aquellos productos que no se podían arrancar de la tierra ni se podían confeccionar con los medios propios, se utilizaba el trueque, es decir, que aún tenía vigencia el oficio de la recova. (El recovero, cuya figura estaba pronta a su desaparición, se desplazaba por sendas y caminos rurales cambiando telas, prendas de vestir, platos u otros enseres, por huevos o animales de corral).”
“A principios de los sesenta ya había unos rudimentarios infiernillos para cocinar, que funcionaban con queroseno o petróleo, y estaba muy próxima la utilización generalizada del gas butano; pero todavía era corriente el uso del carbón y la leña, por lo que el monte se plagaba de leñadores todos los domingos, con cuyos haces a la espalda, algunos caminaban a lo largo de kilómetros hasta llegar al pueblo.”
“Faltaban sólo unos pocos años para construirse pistas forestales, para que se hiciera corriente el uso de la motosierra y para que se efectuara el traslado de la madera con buldózer hasta cargarla en los camiones; pero aún por aquel tiempo, las cortas de pinos en la montaña se llevaban a cabo con sierros, manejados cada uno por dos hombres, y los árboles talados eran desramados y pelados con hachas. Luego venían los ajorradores y con grandes mulas aparejadas de cadenas ajorraban los enormes palos desde la cima de la montaña hasta el oripie de ésta, donde estaban los cargaderos de los carros de pértigo o los viejos camiones. Por último llegaban los carboneros, morenos de oficio, que se desplazaban en familia como una trupe de gitanos; éstos se instalaban en plena montaña y, desde el más grande hasta el más pequeño, mujeres y hombres, trabajaban como hormigas durante los meses del estío hasta convertir toda la leña talada en carbón, el cual era llevado después con bestias hasta donde podía llegar el transporte rodado.”
“Estaba a punto, por otra parte, de comenzar a hacerse una realidad natural la igualdad de oportunidades para todas las personas, pero entonces aún permanecía enraizada en la conciencia de la gente la diferencia de clases sociales, y los aparceros o medieros se descubrían, quitándose la gorra, el sombrero o la boina, en presencia de los señoritos, dueños de la tierra.”
“Y para no extenderme más –prosigue Joaquín Gómez Carrillo– sobre tantas y tantas particularidades de la vida rural de esos años críticos, en que acaecen los hechos recogidos en la trama ficticia del libro, acabo ya, apuntando también que fue por aquel tiempo, en el cual la Guardia Civil de a caballo todavía visitaba las casas de los campos para comprobar que todo estuviera en orden, cuando surgió el maravilloso invento del transistor, y las radios, hasta entonces a válvulas –que por consiguiente sólo funcionaban con corriente alterna–, empezaron a fabricarse a pilas, lo cual constituyó un cambio tremendo, en cuanto al acceso a la información y a un mínimo de esparcimiento por parte de las familias que habitaban las casas de labor, y en cuyas veladas frente a los leños de la lumbre venían repitiendo desde antiguo los cuentos, pasajes, experiencias y conocimientos, transmitidos de viva voz de padres a hijos y de abuelos a nietos.”
“Muchos, por tanto, eran los cambios que estaban a punto de producirse en esos años para aquella sociedad rural, y otros muchos aspectos de la vida de antes serían llevados por el viento en tan solo una década; pero a principios de los sesenta todavía existían oficios, tareas, costumbres, saberes, supersticiones, creencias y modos de vida, que hoy en día, la mayor parte de las personas jóvenes sólo puede tener certeza que existieron por los libros, si los lee.”
“Muchas gracias.”
©Joaquín Gómez Carrillo